Bienvenidos a México Olvidado, un espacio dedicado a explorar los misterios, leyendas y tradiciones de nuestro pasado. En esta sección, reviviremos aspectos esenciales de la cultura ancestral que forman los cimientos de la identidad mexicana
En esta ocasión, nos adentraremos en los ritos funerarios y las prácticas de entierro prehispánicas, un aspecto fascinante y profundamente espiritual que revela cómo las civilizaciones precolombinas concebían la muerte, el alma y su trascendencia.
Las culturas como la mexica, maya y zapoteca, entre otras, desarrollaron ceremonias fúnebres llenas de simbolismo y creencias sobre la vida después de la muerte. Los rituales incluían la preparación cuidadosa de los cuerpos, la disposición de ofrendas y la selección de objetos que los acompañaban en su viaje al inframundo. Estas costumbres funerarias no solo servían para honrar al fallecido, sino que también reflejaban una concepción del universo donde la muerte era vista como una transición natural y sagrada.
Desde los elaborados preparativos funerarios de los mayas en Calakmul hasta las ceremonias de cremación en Cerro de Trincheras, estos rituales servían como un medio para honrar a los difuntos y asegurar su viaje al otro mundo
A continuación conocerás un poco de la diversidad de estos ritos mortuorios, destacando los hallazgos arqueológicos y la relevancia espiritual que distintas civilizaciones mesoamericanas otorgaban a las prácticas funerarias en sus ciudades.
En la antigua ciudad de Calakmul, los mayas realizaban elaborados rituales funerarios para favorecer el retorno del ch'ulel (alma) al inframundo, conocido como Xibalba. Los cuerpos eran preparados con ungüentos corporales coloreados y perfumados, que tenían una profunda connotación simbólica y posiblemente un propósito conservador. Los pigmentos utilizados incluían Tierra Roja (u ocre) y Cinabrio, y se identificaron compuestos orgánicos como lípidos y gomas en los restos de estos ungüentos.
En el sitio de Cerro de Trincheras, en el norte de Sonora, se practicaban cremaciones entre los años 1300 y 1500 d.C. Los habitantes eran expertos en las piro tecnologías asociadas con las cremaciones, construyendo piras eficientes y realizando rituales transformativos que facilitaban diversas respuestas emocionales hacia los fallecidos. Estas prácticas incluían variaciones en la construcción y uso de las piras, así como alteraciones térmicas de los cuerpos.
En Teotihuacan, una de las ciudades prehispánicas más grandes de Mesoamérica, se identificaron tres tipos de prácticas mortuorias: ritos funerarios domésticos y cuidado de ancestros, cuidado de individuos especiales y reliquias, y sacrificios humanos. Los ritos domésticos eran los más comunes e incluían la ubicación, tipo de contenedor, posición, bienes funerarios y ritos específicos. Los sacrificios humanos se realizaban con distintos parámetros, como decapitación, desmembramiento y extracción del corazón.
En el sitio de Tayata, en Oaxaca, se encontraron entierros de cremación que datan del siglo XI a.C., los más antiguos conocidos en la región. Esta práctica, que en tiempos posteriores se reservaba para los reyes mixtecos y emperadores aztecas, marcaba un estatus social elevado. Los contextos de entierro y restos humanos recuperados vinculan la arqueología del periodo Formativo con descripciones etnohistóricas de las prácticas mortuorias mixtecas.
En Mesoamérica, los entierros de las élites no solo simbolizaban el estatus social, sino que también marcaban el inicio de un viaje espiritual hacia el Inframundo. La Tumba 104 en Monte Albán, Oaxaca, es un destacado ejemplo de esta concepción
Esta tumba está adornada con impresionantes murales que ilustran diversas escenas, incluyendo deidades que sostienen bastones ceremoniales y bolsas de copal. Además, el ajuar funerario es notable por su riqueza en cerámicas y joyas finas, así como urnas que representan a dioses del maíz y la lluvia. Estos elementos no solo exaltan el rango del difunto, sino que también aseguran su protección en el viaje hacia los dominios divinos.
Cada objeto colocado en la tumba tenía un propósito ritual, desde guiar al fallecido hasta otorgarle fuerza y autoridad para enfrentar las pruebas del Mictlán, la región de los muertos. Estos rituales eran cruciales para preservar la memoria del difunto y fortalecer la conexión entre los vivos y sus ancestros, quienes se convertían en guardianes de su linaje tras su paso al más allá.