Las malas prácticas alimentarias, como una dieta rica en sal y alimentos procesados, y baja en frutas y cereales integrales, tienen un costo sanitario oculto de 8.1 billones de dólares anuales, según la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura). Esta cifra refleja las pérdidas de productividad causadas por enfermedades derivadas de la mala alimentación, como la diabetes, el cáncer y las enfermedades cardiovasculares.
El informe de la FAO señala que estos costos no solo se limitan a los gastos médicos directos, sino que incluyen también las pérdidas en productividad debido a la enfermedad, lo que duplica el costo sanitario real. A nivel global, el 70% de los costos ocultos derivados de los sistemas agroalimentarios están relacionados con el impacto en la salud, lo que incluye tanto los costos visibles como los invisibles.
Una dieta poco saludable, caracterizada por un bajo consumo de frutas y cereales integrales, y un exceso de sal y productos procesados, es responsable de la mitad de este costo sanitario. Este patrón alimentario es común en muchas partes del mundo, afectando tanto a países desarrollados como en desarrollo. En particular, la falta de frutas y el consumo elevado de carnes procesadas y rojas están vinculados con una mayor incidencia de enfermedades crónicas, lo que incrementa significativamente los costos de salud.
El informe también destaca que, en algunos países emergentes, el costo de las malas prácticas alimentarias puede representar hasta el 10% del Producto Interno Bruto (PIB). Esto refleja la magnitud del problema, especialmente cuando se consideran los costos ocultos asociados con la mala alimentación, que afectan de manera directa el bienestar y la productividad de las personas. Estos cálculos no incluyen, además, los efectos negativos de la desnutrición, que también tiene un alto costo sanitario.
La FAO advierte sobre la necesidad urgente de cambiar los sistemas agroalimentarios a nivel global. "Es necesario un compromiso más ambicioso a todos los niveles, desde los productores hasta los consumidores", señala la organización. Esto implica no solo un cambio en los hábitos alimenticios, sino también una transformación en la producción y distribución de alimentos.
La FAO también subraya la importancia de no cargar exclusivamente a los agricultores con la responsabilidad de estos cambios. Los productores agrícolas, que se encuentran en la primera línea de este desafío, necesitan acceso a tecnologías adecuadas y una remuneración justa por los servicios ecosistémicos que proporcionan. Los certificados como alimentos orgánicos y el comercio justo pueden ser herramientas útiles para mejorar los ingresos de los agricultores y, al mismo tiempo, fomentar prácticas más saludables en la producción de alimentos.
Los costos asociados con las malas prácticas alimentarias son mucho mayores de lo que se suele percibir. El llamado de la FAO es claro: es urgente actuar para transformar los sistemas alimentarios a fin de reducir los costos sanitarios, sociales y ambientales, y así promover una alimentación más saludable y sostenible a nivel global.