Toluca, una ciudad que siempre me había parecido sombría, adquirió una nueva dimensión en esta noche de brujas.
Desde el primer momento, supe que esta no sería una experiencia cualquiera. El tranvía, con sus luces tenues y su atmósfera cargada de misterio, me transportó a un mundo donde lo real y lo fantástico se entrelazaban
La primera parada fue un viaje a Valaquia, al Castillo de Drácula, quien me recibió con los brazos abiertos... o más bien, con colmillos afilados.
La interpretación del Conde Vlad fue tan visceral que sentí cómo la sangre se me helaba en las venas. Cada gemido, cada mirada, me transportaba a una época de supersticiones y leyendas. Confieso que solté un grito cuando el Conde se abalanzó sobre mí, una reacción tan auténtica que me hizo sentir vivo.
La historia del licántropo me llevó a un establo oscuro y polvoriento, donde la atmósfera era tan densa que casi se podía cortar con un cuchillo. La transformación del hombre lobo ante mis ojos fue una experiencia sobrecogedora.
Y para coronar la velada, el Dr. Frankenstein me invitó a su laboratorio,en donde la creación de la criatura fue un espectáculo macabro y fascinante que me dejó con la piel de gallina.
El tranvía de Toluca no solo me asustó, sino que también me emocionó y me hizo sentir vivo.