El 5 de marzo de 2025, en el municipio de Teuchitlán, Jalisco, se realizó un hallazgo que conmocionó a la sociedad mexicana.
El colectivo Guerreros Buscadores de Jalisco encontró en el Rancho Izaguirre mochilas, cartas de despedida, fotografías, listas escritas a mano con apodos y más de 200 pares de zapatos. Los objetos hallados indican que el lugar podría haber sido utilizado como un centro de adiestramiento y exterminio, vinculado a grupos criminales.
El descubrimiento, realizado tras una denuncia anónima, incluyó además de los objetos personales, productos como medicamentos, carteras, libros, e incluso altares a la Santa Muerte.
Entre los textos hallados, uno de los más conmovedores fue una carta firmada por Eduardo Lerma Nito, un joven desaparecido en febrero de 2024, quien, afortunadamente, logró escapar y reunirse con su familia. En su carta, pedía a su ser querido recordar cuánto lo amaba, por si no regresaba.
Testimonios recabados por los investigadores revelaron que el grupo criminal operaba bajo un estricto control psicológico. A los jóvenes reclutados se les despojaba de sus pertenencias y se les asignaba un apodo para borrar su identidad. En el lugar se hallaron objetos de diversas marcas, incluidas mochilas de repartidor, lo que sugiere que muchas de estas pertenencias pertenecían a personas desaparecidas o fallecidas.
Uno de los hallazgos más reveladores fue un cuaderno que contenía detalles sobre el desarme de un fusil AR-15. Las anotaciones indicaban que los reclutas recibían formación teórica en el uso de armas, lo que demuestra que el rancho también servía como centro de capacitación en armamento. Este cuaderno fue descrito por el colectivo como material didáctico utilizado en la enseñanza del manejo de armas largas.
El Rancho Izaguirre funcionaba, según los testimonios, como un centro de reclutamiento forzado. Los jóvenes eran atraídos con ofertas de trabajo falsas en redes sociales y, al aceptar, eran trasladados desde diferentes estados a este rancho, donde se les despojaba de sus pertenencias y se les obligaba a vivir en condiciones extremas.
En el lugar, las jornadas de entrenamiento eran intensas y consistían en ejercicios físicos, simulacros de combate, y prácticas con armas de gotcha. También tenían que atravesar laberintos blindados y recorrerlos con los ojos vendados.
Aquellos que superaban este primer nivel de adiestramiento, conocido como "el kinder", pasaban a la siguiente fase, denominada "la escuelita del terror". En esta etapa, los reclutas enfrentaban pruebas más extremas, como el uso de armas con proyectiles congelados.
Los instructores, muchos de ellos exmilitares de México y Colombia, imponían una disciplina severa, donde cualquier error era castigado de manera brutal. Los testimonios de sobrevivientes revelan un ambiente de violencia y control absoluto.
Luis "N", uno de los jóvenes que logró escapar, relató que el régimen era tan opresivo que incluso las acciones más simples, como beber agua o ir al baño, requerían autorización. Este control total sobre la vida de los reclutas formaba parte de una estrategia de despersonalización, que buscaba eliminar la identidad de los jóvenes y someterlos completamente a las órdenes de los instructores.
Este hallazgo pone en evidencia la crueldad y la complejidad de los grupos criminales que operan en México, así como las dificultades que enfrentan los colectivos de búsqueda para desmantelar sus redes.