La inteligencia artificial ha revolucionado la manera en que interactuamos con contenidos digitales, ofreciendo herramientas que permiten animar fotografías y revivir recuerdos. Estas imágenes "que cobran vida" se han popularizado como parte del mercado de la nostalgia, atrayendo a usuarios que buscan reconectar con momentos o seres queridos. Sin embargo, esta tecnología no solo está en manos de usuarios bien intencionados; extorsionadores han comenzado a explotarla para diseñar fraudes sofisticados.
El acceso generalizado a herramientas tecnológicas ha permitido a grupos organizados crear escenarios personalizados para engañar a sus víctimas. Mediante técnicas avanzadas de ingeniería social, los delincuentes combinan información pública y tecnología para construir entramados complejos. Identifican vulnerabilidades específicas y las utilizan para ganar la confianza de sus objetivos. Este fenómeno afecta a toda la población, pero las personas mayores de 60 años, con menor experiencia tecnológica, son las más vulnerables.
Los extorsionadores no son improvisados. Su conocimiento en tecnología y comportamiento humano les permite manipular a las víctimas de manera precisa. Además, nuestra huella digital, compuesta por las fotos, videos y publicaciones que compartimos en línea, les brinda el material necesario para personalizar sus ataques. Lo que publicamos en internet puede permanecer disponible indefinidamente, aumentando las probabilidades de ser utilizados en esquemas de fraude o chantaje.
Expertos en seguridad cibernética advierten que la lucha contra este tipo de delitos requiere una mayor concienciación sobre el manejo de la información personal en línea. Si bien la tecnología ofrece avances significativos, también redefine las reglas del juego, exigiendo mayor precaución sobre lo que decidimos compartir. Los intentos para ganar dinero a costa de alguna persona distrida se han multiplicado. Correos electrónicos, links para entrar a concursos y hoy videos, donde vemos a nuestros seres queridos pidiendonos ayuda.
En un entorno donde los fraudes digitales se vuelven más frecuentes y sofisticados, proteger nuestra privacidad y limitar la exposición digital se convierte en una medida esencial para evitar caer en manos de extorsionadores.