Contrario a lo que muchos podrían pensar, el acosador, en el contexto del acoso escolar, también emerge como una víctima. Esta perspectiva, respaldada por especialistas en la materia, señala la importancia de una intervención que involucre tanto al agresor como a su entorno familiar, un aspecto crucial para abordar la raíz del problema.
En el ámbito internacional, las estadísticas revelan una realidad alarmante, con algunos estados de México, como Hidalgo, Estado de México y la Ciudad de México, encabezando las listas de mayor incidencia. Durango, aunque no encabeza estas listas, presenta señales preocupantes que no pueden ser ignoradas. Se ocupa el lugar 10 de 32, algo que no debe soslayarse.
La tendencia histórica ha sido centrar la atención en las víctimas del acoso, descuidando en gran medida a los agresores, quienes, en realidad, requieren igualmente de apoyo y orientación. Existe un mito perjudicial que sugiere que el bullying puede "fortalecer el carácter", una noción no solo falsa, sino peligrosa. Incluso los especialistas afirman que un acosador usualmente es acosado en casa. Incluso violentado.
La solución propuesta radica en la implementación de terapias responsables, dirigidas tanto a víctimas como a victimarios. Este enfoque subraya la premisa de que ninguna forma de agresión debe ser tolerada. El reto es comprender y desmantelar las dinámicas de poder que perpetúan el acoso escolar, reconociendo que tanto agresores como agredidos son, en última instancia, productos de un entorno que requiere transformación.
El acoso escolar, un fenómeno tan antiguo como la propia educación, ha dejado huellas profundas en generaciones. La erradicación de esta práctica nociva exige un compromiso colectivo, que parte de la detección temprana y la acción decidida de adultos responsables. La tarea no es menor: implica educar, intervenir y, sobre todo, cambiar una cultura que, en muchos casos, ha normalizado la violencia como parte del crecimiento.
En Durango, como en el resto del país, el desafío es claro: fomentar un ambiente escolar donde la seguridad y el respeto mutuo prevalezcan. Solo así podremos aspirar a una educación libre de acoso, donde cada niño y niña pueda desarrollarse plenamente, en un entorno de apoyo y comprensión mutua. La solución está en nuestras manos: reconocer que detrás de cada acto de acoso hay historias complejas que requieren atención, y actuar en consecuencia para construir una comunidad educativa más inclusiva y empática.