Los costos de los productos han experimentado un aumento significativo en los últimos tiempos. Tomemos como ejemplo la cebolla, cuyo precio de adquisición por parte de los intermediarios ha experimentado un incremento que llega incluso al 100%. Esta escalada de precios encuentra su origen en una serie de factores, siendo uno de los más destacados la escasez de agua. Esta carestía hídrica ha tenido un impacto directo en la producción agrícola, resultando en una disminución de la cantidad de productos cultivados en los campos.
Como consecuencia directa de esta reducción en la oferta de productos, los precios se han elevado en un intento por reducir los costos asociados a la siembra. Los agricultores y productores se ven en la necesidad de ajustar los precios para poder hacer frente a las dificultades que conlleva mantener la producción en condiciones de escasez de agua. Esta medida, aunque comprensible desde el punto de vista económico, ha generado un efecto dominó en la cadena de suministro, llegando a afectar al consumidor final.
El incremento de los precios ha tenido repercusiones en los hábitos de compra de los consumidores. productos que antes eran adquiridos de manera regular por los consumidores finales ahora se ven fuera de su alcance económico. La realidad de precios más elevados ha llevado a que los consumidores reevalúen sus elecciones y prioridades al momento de realizar sus compras. Muchos se ven en la situación de no poder adquirir aquellos productos que anteriormente formaban parte de su dieta o que resultarán esenciales.
Esta transmisión en los patrones de consumo tiene un impacto más allá de la esfera individual. A medida que los consumidores limitan sus gastos y ajustan sus compras, esto puede tener un efecto acumulativo en la demanda general de productos, lo que a su vez puede influir en la producción y oferta futura. La disminución en la demanda puede resultar en una menor comercialización de ciertos productos, tanto a los productores como a los intermediarios.