María Nava reside en la colonia Las Praderas, una de las zonas más olvidadas de Durango. La violencia familiar es una constante en su vida. Dos de sus hijos están atrapados en el ciclo de las drogas. El mayor, de 38 años, ha sido internado en un anexo, una medida desesperada que le ha costado a María 13 mil pesos, una cantidad que actualmente no tiene cómo cubrir.
Su otro hijo, de 27 años, también consume drogas y trabaja solo para financiar su adicción. Este hijo es particularmente violento, agrediendo a María tanto verbal como físicamente, ignorando los sacrificios que ella ha hecho para intentar sacarlo adelante.
María llegó a Durango desde Acapulco, buscando una vida mejor, pero la realidad ha sido dura, vive en una casa prestada, construida precariamente con láminas, lonas y madera, lo que apenas ofrece refugio adecuado para ella y su familia. Su hija de 30 años y su nieto también viven con ella, y juntos enfrentan una lucha diaria por la supervivencia en condiciones adversas.
El abandono de su esposo hace más de cinco años agravó la situación, desde entonces, no ha recibido ningún tipo de apoyo de su parte, lo que ha dejado a María sola frente a una serie de problemas que parecen insuperables. La falta de recursos, la violencia, y el ambiente precario en el que vive, son solo algunas de las dificultades que enfrenta diariamente. A pesar de todo, María sigue luchando por mantener a su familia a flote en medio de la adversidad.