El 30 de octubre, en vísperas de Halloween, se celebra La Noche del Diablo, una tradición cargada de bromas y travesuras, pero también de terrores que rondan las sombras. Su origen se remonta a Irlanda en la década de 1880, con relatos de hadas y duendes, pero en Durango, la noche cobra un matiz más oscuro.
Juan de Dios, un hombre del pueblo, recuerda con escalofrío una experiencia que lo marcó para siempre. Durante su adolescencia, él y sus hermanos se aventuraron en la oscuridad a cazar mapas, acompañados de dos perros. Aquella noche, al caminar por un paraje desolado, apareció una figura entre la neblina: una mujer vestida de blanco. Su presencia era inquietante y, a medida que se acercaba, el aire se volvía más denso. El terror invadió a los hermanos, quienes sintieron que el corazón les latía con fuerza.
Juan, tratando de ser valiente, sintió cómo su coraje se desvanecía ante la realidad escalofriante que tenían frente a ellos. Sin poder resistir el pánico, él y sus hermanos corrieron sin mirar atrás, el eco de sus pasos resonando en la noche. Se refugiaron en casa de un padrino, la adrenalina aún bombeando en sus venas, y le contaron lo ocurrido.
La respuesta del padrino los dejó helados. "No tengan miedo", dijo con una calma inquietante. "Esa mujer que vieron, es mi madre, Carmen, quien ha venido a visitarnos desde el otro lado". El horror se apoderó de ellos al comprender que no solo habían sido testigos de un encuentro aterrador, sino que habían tenido una conexión con lo desconocido. La Noche del Diablo en Durango no es solo una celebración; es un recordatorio escalofriante de que las almas pueden regresar, y el pasado puede manifestarse.