Las calles de México se han convertido en el hogar de miles de personas olvidadas. Niños, mujeres, adultos mayores y familias completas subsisten en condiciones de miseria, sin acceso a lo más básico para sobrevivir. Tanto la sociedad como el gobierno les han dado la espalda, dejándolos atrapados en un ciclo de abandono.
El abandono social es su realidad diaria. Sin el apoyo de familiares o instituciones, su salud física y emocional se deteriora. La violencia se convierte en su sombra constante, sufriendo agresiones físicas y sexuales, no solo por otros indigentes, sino también por la autoridad, que los maltrata y criminaliza por su apariencia y situación de calle.
Según el último estimado del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), el porcentaje de mexicanos que sufren pobreza extrema creció del 14% en 2018 al 17.2% en 2020. Esto significa que el número de indigentes aumentó de 17.3 a 21.9 millones en solo dos años. En cuanto a la pobreza por ingreso, que incluye también una canasta no alimentaria, el porcentaje de pobres creció del 49.9% al 52.8% de la población.
El Coneval no solo estima la pobreza en función de los ingresos, sino también en relación con las carencias en servicios de educación y salud, así como en vivienda y seguridad social. Estos factores permanecen estables y reflejan una profunda crisis.
Ser indigente no es solo una condición económica; es una sentencia de invisibilidad y sufrimiento. No se trata solo de no tener techo, sino de vivir en la oscuridad, sin esperanza, ignorados por una sociedad que prefiere mirar hacia otro lado. La falta de atención a esta crisis social exige una respuesta inmediata y contundente.