Un año. 365 días. Ese es el tiempo transcurrido desde que el nombre de Armida se convirtió en sinónimo de tragedia y alerta. Armida, la primera víctima fatal de la meningitis micótica que se ha cobrado numerosas vidas en Durango. Aunque los números pueden parecer fríos y distantes, tras esta fría estadística yacen historias de dolor, lucha y pérdida que han dejado una profunda huella en la comunidad.
Los datos duros, objetivos y crudos, pintan una imagen sombría y alarmante. Ochenta casos confirmados de meningitis micótica. Cuarenta y un seres humanos falleco, una cifra que encierra a un varón y cuarenta mujeres, perdieron sus vidas ante esta enfermedad implacable. Cuatro hospitales privados, lugares que se supone deben ser refugios de sanación, ahora permanecen cerrados: Del Parque, Dickava, San Carlos y Santé.
Detrás de cada número, detrás de cada caso, hay historias de familias rotas, de seres queridos que lucharon incansablemente contra una enfermedad que desafía la comprensión y la ciencia. Treinta y nueve pacientes aún se encuentran bajo constante observación, enfrentando un futuro incierto y lleno de temores. Trece de ellos siguen su tratamiento en sus hogares, un refugio que se convierte en lugar de cuidados y desvelos.
En el otro lado de la balanza, veintiséis personas han dejado de recibir medicamentos, pero su lucha está lejos de concluir, ya que permanecen bajo observación constante, enfrentándose a un futuro incierto.
Setenta y cinco huérfanos, una cifra desgarradora que abarca a bebés, niños, adolescentes y adultos jóvenes, enfrentan un camino incierto y doloroso. Sus vidas, marcadas por la pérdida, la incertidumbre y la ausencia.
El Hospital del Parque, con treinta y siete víctimas mortales, es un foco de atención y preocupación. Se prevé que enfrentará demandas por reparación de daños de parte de los familiares de las víctimas, un recordatorio de la magnitud del sufrimiento causado por esta enfermedad.
Un año después del surgimiento de esta pesadilla llamada meningitis micótica, la comunidad de Durango sigue luchando contra la tristeza y el miedo. Cada estadística, cada número, representa un rostro, una familia y una vida interrumpida. La memoria de Armida y de todos los que sufrieron este mal no debe desvanecerse, sino servir como un recordatorio constante de la fragilidad de la vida y la necesidad de apoyar a quienes luchan contra las enfermedades más crueles y despiadadas.