Matilde Lugo, a sus 61 años, se enfrenta a la difícil realidad de pedir limosna en los cruceros de la ciudad para poder llevar algo de comida a su hogar, cada día es una lucha constante, agravada por los intensos dolores en las piernas y la retención de líquidos que le dificultan el movimiento. Aunque cuenta con seguro médico y recibe medicamentos, su salud sigue deteriorándose, y el esfuerzo de salir a buscar ingresos se convierte en un sacrificio diario.
Matilde no está sola en casa, pero la situación no es mejor, vive con su esposo, un hombre que, a pesar de la necesidad evidente, se niega a buscar trabajo. Su hija también participa en la tarea de pedir limosna, mientras que su nieto de 23 años no contribuye en nada al sustento del hogar y tampoco estudia. Esta carga recae en Matilde, quien, a pesar de sus limitaciones físicas, sigue siendo el principal sostén de la familia.
El hogar en el que viven refleja la precariedad de su situación, el techo de lámina tiene numerosas goteras, y cada lluvia amenaza con dañar sus escasas pertenencias. Antes, cuando su madre aún vivía, Matilde se dedicaba a limpiar casas, y aunque los ingresos eran modestos, al menos había comida en la mesa. Hoy, esa seguridad se ha esfumado, y la escasez es una constante que enfrentan día a día.
Desesperada, Matilde busca quien pueda ayudarla a reparar el techo de su hogar y proporcionarles despensas, las lluvias recientes han empeorado la situación, y el riesgo de perder lo poco que tienen es inminente. Su petición es simple: mejorar las condiciones de su hogar y garantizar que su familia tenga algo que comer