La vida de Ignacia Páez, de 89 años, ha tomado un giro sombrío. Una mujer que una vez compartió su vida en el campo con su esposo y vivió en un hogar lleno de cuidado y afecto, ahora enfrenta el dolor de la enfermedad de Alzheimer. A medida que sus recuerdos se desvanecen, lo que queda de su hogar se ha convertido en un escenario de desesperación. Su hijo menor y sus dos nietos adultos han usurpado la propiedad, despojándola de sus pertenencias más preciadas. Las pertenencias de Ignacia, que antes contaban historias de una vida bien vivida, han sido vendidas o echadas a perder.
El hogar que una vez fue un santuario de amor y seguridad ahora está sumido en el caos, donde el abuso del alcohol y el desdén han reemplazado el cuidado. Ignacia, incapaz de defenderse, ha sido objeto de constantes ofensas y maltratos. La tragedia se agrava con la denuncia de Guadalupe, la hija de 67 años, quien no solo ha visto el deterioro de la vida de su madre, sino que también ha sido víctima de agresiones físicas por parte de su propio hermano. A pesar de sus esfuerzos por mejorar la situación y proteger a su madre, Guadalupe se enfrenta a una dura realidad: la falta de apoyo y la impotencia para despojar a su hermano y sus hijos de la casa.
La dramática situación de Ignacia Páez es un reflejo cruel de cómo la vulnerabilidad de los ancianos puede ser explotada y maltratada por sus propios familiares. La urgente necesidad de intervención se vuelve más evidente mientras Guadalupe lucha por restaurar la dignidad y el bienestar de su madre en un entorno devastado.