Alrededor de 3.000 migrantes, entre centroamericanos y mexicanos llegados de otros puntos del país, duermen a la intemperie en El Chaparral, en la frontera entre Tijuana y Estados Unidos, una situación que se recrudece semana a semana y no parece tener una solución a corto plazo.
Han pasado ya poco más de tres meses desde que el primer grupo de migrantes llegó hasta ese punto, que antes de la pandemia de la covid-19 era una puerta de salida de San Ysidro, distrito de San Diego (Estados Unidos), a Tijuana, de forma peatonal. Poco a poco el campamento fue creciendo, sin un control o pronunciamiento claro por parte de las autoridades mexicanas, quienes afirman que están a la espera de que Estados Unidos presente un plan estratégico al respecto.
La ola migratoria ha crecido en la región desde 2020 debido a la pandemia del coronavirus y a las catástrofes meteorológicas. Y aumentó sustancialmente con el arribo del demócrata Joe Biden a la Casa Blanca con la promesa de regular a millones de migrantes irregulares y atender casos de solicitantes de asilo varados durante meses en México.
El número de migrantes detenidos por la Patrulla Fronteriza ha estado creciendo desde hace meses y saltó de 101.028 en febrero a 172.131 en marzo, su mayor nivel mensual en dos décadas.