La comunidad oaxaqueña en Baja California Sur se destaca cada año en la celebración del Día de Muertos, preservando sus raíces y transmitiendo sus costumbres.
Bernarda Hernández, dedicada a la cocina tradicional oaxaqueña, cuenta que los preparativos comienzan en julio, con la siembra de flores de cempasúchil que en noviembre llenan de color y misticismo los altares.
La celebración se extiende durante tres días, del 31 de octubre al 2 de noviembre. Bernarda explica que el 1 de noviembre se dedica a los "niños limbo," aquellos que, según la creencia, fallecieron sin bautismo y se encuentran en un estado intermedio.
A las 3 a.m., las familias inician la preparación de atole, tamales dulces y golosinas. "A las siete, que es la hora del alba, los angelitos llegan a tu casa a visitarte," describe Bernarda. "Ponemos música, hablamos con ellos y les damos la bienvenida; esto significa que están contentos y alegres con nosotros."
Al amanecer, las velas de los "niños limbo" se terminan, y se recibe a los "niños angelito," quienes, según la creencia, ascienden directamente al cielo. La tradición continúa hasta el 2 de noviembre, cuando, desde la madrugada, se recibe a los adultos fallecidos con tamales, aguardiente y los platillos que disfrutaban en vida.
Bernarda describe cómo los familiares permanecen en vigilia toda la noche, dejando las puertas abiertas para que los espíritus puedan entrar y salir libremente. "A las siete de la mañana ellos ya están en tu casa, y están todo el día y toda la noche," explica. "No cerramos las puertas; las tenemos abiertas toda la noche."
Hace 38 años, esta tradición era desconocida en Baja California Sur, pero Bernarda observa con satisfacción que, con el tiempo, más sudcalifornianos se han interesado en preservar y participar en esta herencia cultural. Así, la celebración del Día de Muertos se consolida como un puente entre el pasado y el presente, uniendo a la comunidad y fortaleciendo la identidad mexicana.