Las cantinas son más que simples bares; son un icono viviente de la cultura mexicana y un fenómeno social arraigado en la historia del país. Desde su origen en el periodo colonial, estos lugares han evolucionado adaptándose a los cambios sociales y políticos a lo largo de los siglos.
El término "cantina" probablemente proviene de la mezcla de la palabra latina "canto", referida a lugares donde se almacenaban víveres, y "Quintana", una calle en los campamentos del ejército romano donde se situaban los almacenes.
Las cantinas tienen su origen entre 1846 y 1848, durante la invasión estadounidense y la disputa por el territorio de Texas. Surgieron para satisfacer las demandas de los soldados estadounidenses, quienes buscaban un sitio donde consumir alcohol sentados, ya que hasta entonces solo podían hacerlo de pie en la calle.
Se establecieron como espacios donde los hombres podían reunirse para beber, socializar y expresarse libremente, alejados de las normas sociales que les exigían moderación frente a las mujeres. Originalmente exclusivos para hombres, algunos incluso exhibían letreros que prohibían la entrada a mujeres, perros mendigos y uniformados; No fue hasta 1982 cuando el presidente José López Portillo ordenó permitir el acceso a las mujeres.
Esta innovación se expandió rápidamente, y para mediados del siglo XIX, ya existían 11 cantinas reconocidas en México, según el historiador Salvador Novo.
Según datos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), las cantinas jugaron un papel crucial durante la Revolución Mexicana, sirviendo como puntos de encuentro para revolucionarios y artistas que discutían ideas y estrategias para el cambio social.
Según estudios del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CONACULTA), las cantinas han sido reconocidas como patrimonio cultural inmaterial de México, destacando su papel en la transmisión de valores y costumbres a través de generaciones.
Aunque han disminuido en número, con sólo 35 de las 150 cantinas originales del centro histórico de la Ciudad de México aún en funcionamiento, su legado perdura a través de establecimientos centenarios como El Gallo de Oro (desde 1874), La Ópera (desde 1876) y La Peninsular (desde 1878).
Hoy en día, las cantinas han evolucionado para responder a las necesidades de la sociedad contemporánea. Aunque conservan aspectos tradicionales, muchas han integrado elementos modernos como música actual, oferta de comida (algo que antes no ofrecían) y actividades culturales, con el fin de atraer a una clientela más diversa y ampliar su alcance.
Según un censo realizado en 2014, en la Ciudad de México existían tres veces más cantinas que bibliotecas, subrayando su importancia como puntos de encuentro y preservadores de la tradición cultural mexicana.
Las cantinas mexicanas son mucho más que lugares para beber; representan una parte integral del tejido cultural del país. Desde sus humildes comienzos coloniales hasta su adaptación en la era moderna, las cantinas han demostrado ser resilientes ante el cambio, conservando al mismo tiempo su esencia histórica y cultural.