Con la tradición de llevar flores y veladoras, cientos de salmantinos acudieron a los cementerios para visitar a sus seres queridos.
En el lugar, familias aprovecharon para limpiar el sepulcro que guardan los restos de su familiares o amigos; sin embargo, no todos los cuerpos que descansan ahí, recibieron una visita.
Entre lapidas ornamentadas y mausoleos ostentosos, hay muchas cruces oxidadas con epitafios tan viejos ,en algunas ya no se distingue fecha y mucho menos nombre, e incluso los memoriales han quedado en trozos, también hay pequeñas estatuas de ángeles sin las alas, cristos sin manos o pies, y lozas carcomidas por el tiempo; las de menos suerte, son un montón de tierra con mitades de botellas de plástico que alguna vez sirvieron como florero.
En estas tumbas olvidadas no hay crisantemos, ni rosas, ni mucho menos cempasúchil; en su lugar, se ven matorrales de hierba seca, crucifijos con telarañas, basura e incluso viejos ataúdes con restos expuestos a los que la llamada perpetuidad no les alcanzo para siempre.
En todos los cementerios hay lápidas sin flores, descuidadas, abandonadas, que por distintos motivos, ya nadie acude a visitarles, ni siquiera una vez al año; ellas son el contraste con las lápidas relucientes y llenas de flores, sepulturas de personas que tuvieron con seguridad algún familiar o algún amigo, que pese al tiempo aun les recuerdan.
En algunas no hay lápidas, no hay cruces, ni nombres, mucho menos flores; así lucen estos sitios ahora, lucen montículos de tierra, que con el tiempo se fundieron en uno sólo y casi se ocultan por la maleza, ellos son los olvidados, los que no recibieron flores, una veladora y quizá ni siquiera una oración en el día de los fieles difuntos.