Portar un uniforme policiaco para defender el lugar donde se nació y creció, años atrás significaba orgullo, pertenencia y una aspiración que desde la infancia se iba construyendo, sin embargo, en la actualidad, ser policía en Salamanca, no representa ni siquiera una opción. La violencia que como plaga ha ido destruyendo las flores de la sociedad, ha contagiado y carcomido a las instancias de seguridad.
Desde hace por lo menos 07 años, Salamanca dejo de ser una ciudad segura para sus habitantes y sus oficiales, que han tenido que enfrentar la inseguridad con lo que se tiene.
El intento de reestructurar la corporación ha costado al municipio el iniciar de cero, preparando cadetes que cada vez son menos. Los casos de corrupción, extorsiones y abusos han mermado la percepción de confianza de la ciudadanía.
En el municipio, ser policía es una decisión de valor, pues existen pocos incentivos y muchos motivos para no serlo, arriesgar la vida y la reputación por portar un uniforme, no es un anhelo que atraiga a las nuevas generaciones, un policía de a pie, operativo, gana menos que un funcionario de cualquier dirección municipal y se expone a un riesgo mayor.
De acuerdo con el tabulador de sueldos, dietas y salarios de Salamanca del año 2022, un policía razo, gana alrededor de los 13 mil pesos mensuales, la corporación cuenta actualmente con una plantilla de 150 elementos en activo, 28 en capacitación y 03 bajas.
Estos son los números de una ciudad con 273 mil 417 residentes, una ciudad que está muy por debajo de la media para el número de policías que debería tener respeto a sus número de ciudadanos: 300 efectivos policiales por cada 100 mil habitantes.
El propio Coronel, Alejandro Flores Jiménez ha reconocido que los ciudadanos de Salamanca ya no quieren ser policías, las convocatorias reclutan cada vez menos cadetes por lo que en consecuencia en las calles existen menos elementos. Al municipio, le faltan por lo menos 250 uniformados más, para estar al nivel que se requiere.
Ser policía, significa vivir en un ambiente de desconfianza social, los ciudadanos repelen y al mismo tiempo exigen la presencia de los agentes, que ademas de trabajar largas jornadas sin un espacio fijo para comer o poder ir al baño, deben enfrentarse a una plantilla cada vez mas reducida de compañeros.