Por Noé Mijangos
Cuando AMLO habla el simpatizante muere, pero muere de ganas de lanzarse a hacer lo que subrepticiamente se le ordena, hacer bulla, atestar con botargas, incendiar el ánimo con griteríos, que si pueden ser obscenos, mejor. Están invitados al primero de julio, a nuestro festejo de cinco años de la llegada al poder, pero acuérdense de que las masas deben rebelarse, junto con las corcholatas, ese es el mensaje que parece entremeterse acusando después a la gresca de júbilo derrochador.
Al parecer los reclamos de Claudia Sheinbaum a Alfonso Durazo en la Convención donde las corcholatas firmaron el acuerdo han dado frutos, pues primero fue el jalón de orejas que ya le marcó Mario Delgado a Marcelo Ebrard sobre acciones de gobierno que aún el INE no autoriza y que en el ex canciller se escuchó proponiendo la secretaría de la cuarta transformación que incluso la titularidad fue bateada por el hijo de López Obrador. Y si a eso le sumamos que ahora AMLO les pide que no lleguen a provocar el desorden a este otro evento donde las corcholatas estarán dinamizadas, el terreno plano para la Sheinbaum va más parejito que una carretera libre en Oaxaca.
Si el término corcholata es empleado en su alcance metafórico la suerte se encuentra decidida por sólo una de las personas, que en este caso trae como añadidura la paridad de género en la competencia electoral, lo que coloca a Sheinbaum como parte de esta embrollo electoral que tomará su tiempo en dinero y en entrampados que ponen a prueba una candidatura diseñada para su ganancia electoral y en donde los demás se adecuen a decisiones cupulares, a final de cuentas.