Las protestas estudiantiles de 1968 marcaron un hito en la historia de México, no sólo por las demandas sociales y políticas que se alzaron, sino también por el surgimiento de un fenómeno que ha lastrado la educación superior desde entonces: el porrismo.
El porrismo se caracteriza por la formación de grupos violentos, generalmente auspiciados por autoridades corruptas, con el objetivo de inhibir la participación política y social de los estudiantes. Estos grupos, integrados por jóvenes e incluso individuos ajenos a la comunidad estudiantil, recurren a la intimidación, la agresión física y el vandalismo para silenciar las voces disidentes.
Ninguna universidad del país ha permanecido inmune a la presencia de estos grupos. El Estado de México no ha sido la excepción. Un caso emblemático ocurrió durante la huelga estudiantil de la Universidad Autónoma del Estado de México en 1976.
La violencia desatada por los porros provocó una investigación por parte de la entonces Procuraduría de Justicia del Estado, tras los daños y agresiones sufridos por los estudiantes. Las gratificaciones escolares, como la entrega de becas, títulos o incluso admisión a las instituciones, son moneda corriente para mantener la lealtad de los llamados porros.
Si bien las últimas décadas han visto avances en la lucha contra este fenómeno. La sombra de la violencia y la intimidación sigue presente, obstaculizando el libre desarrollo de la vida académica y coartando la libertad de expresión de los estudiantes.