Las vacaciones, ese momento tan esperado para desconectar del trabajo y la rutina, han sufrido un encarecimiento significativo a lo largo de las últimas décadas.
Lo que antes era un lujo asequible para muchas familias, hoy en día se ha convertido en un gasto que requiere una planificación mucho más cuidadosa.
Durante los primeros meses de la pandemia, la reducción drástica del turismo obligó a hoteles y aerolíneas a bajar sus precios para atraer a los pocos viajeros dispuestos a desplazarse. Sin embargo, a medida que las restricciones empezaron a levantarse y la demanda se recuperó, los precios comenzaron a subir rápidamente.
México, aunque históricamente era conocido por ser un país con opciones accesibles tanto para locales como para turistas extranjeros, varios factores han incrementado los costes; el aumento de los servicios turísticos, la inflación creciente y la demanda de destinos han impulsado la subida notable en los costos de restaurantes, alojamientos y actividades.
El Estado de México no fue la excepción, destinos populares como Valle de Bravo y Malinalco, que solían ser opciones accesibles para una escapada de fin de semana, pero después de la crisis sanitaria las tarifas en cuanto a hospedajes y actividades turísticas se fueron a la alza.
Sin embargo han mostrado signos de resiliencia, pues el interés por el turismo rural, ecológico y de proximidad ha crecido, atrayendo a viajeros locales que buscan destinos seguros y accesibles económicamente.
La recuperación completa aún está en marcha, las pequeñas empresas turísticas han tenido que adaptar sus operaciones, lo que ha incrementado sus costos, mientras que la demanda interna ha crecido, presionando los precios de servicios como alojamiento, transporte y alimentación. Como resultado, el turismo en el Estado de México y en la república mexicana se enfrenta a un panorama en el que, aunque sigue siendo atractivo, es menos asequible para muchos viajeros.