Dormir bien no es un lujo, es una necesidad vital.
Una buena calidad del sueño influye directamente en nuestra salud física, mental y emocional. Ayuda a fortalecer el sistema inmunológico, mejora la memoria, regula el estado de ánimo y es clave para mantenernos productivos durante el día.
Sin embargo, en México, lograr un descanso reparador se ha convertido en un verdadero desafío para millones de personas. De acuerdo con estimaciones de la Clínica de Trastornos del Sueño de la UNAM, el 45 por ciento de la población adulta en el país sufre de mala calidad de sueño, lo que puede derivar en una serie de trastornos como insomnio, ronquidos y otros problemas respiratorios durante la noche, hipersomnias como la narcolepsia, alteraciones en el ritmo cardíaco e incluso parasomnias, como el sonambulismo.
En el Estado de México, dormir bien se ha vuelto cada vez más difícil debido a múltiples factores: largas jornadas laborales, turnos nocturnos o rotativos, el uso excesivo de celulares y redes sociales, así como los extensos traslados, pues más de 750 mil mexiquenses viajan cada día a la Ciudad de México, que reducen significativamente las horas de descanso. A esto se suma el estrés, la ansiedad, la depresión y el consumo frecuente de alcohol, cafeína, psicofármacos o comida chatarra, que es consumida por más de la mitad de la población. Además, solo el 39 por ciento realiza actividad física, lo que empeora aún más la calidad del sueño.
Al no dormir lo necesario, la salud comienza a cobrar la cuenta, pues el cuerpo resiente la falta de descanso con fatiga constante, dificultad para concentrarse, irritabilidad y un bajo rendimiento en las actividades diarias. A largo plazo, la mala calidad del sueño se asocia con enfermedades cardiovasculares, obesidad, diabetes, trastornos mentales como la ansiedad y la depresión, además de un debilitamiento del sistema inmunológico. Dormir mal no solo afecta cómo nos sentimos al despertar, sino también cómo vivimos y envejecemos.