En México, siete de cada diez mujeres han sido agredidas sexualmente en el espacio público, esto según la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares del Instituto Nacional de Estadística y Geografía.
Una de las modalidades más comunes de ese tipo de agresiones es el acoso verbal, comúnmente conocido como "piropo", el cual se percibe como un gesto o acto verbal de connotación sexual no solicitado
Esta agresión suele dirigirse generalmente a mujeres jóvenes por parte de hombres desconocidos, por lo que representa un ejercicio de poder que no sólo incomoda y atemoriza a las receptoras, sino que legitima la masculinidad del emisor ante otros varones.
Para algunas personas, el piropo sigue siendo un sello cultural que nos caracteriza como país e incluso, para algunas mujeres, es la legitimación de que son bonitas, ya que el sexo opuesto las aprueba. De ahí la idea equivocada de que los piropos son "simpáticos" o una expresión divertida característica del pueblo mexicano que por mucho tiempo se consideró como una práctica social normal.
Colectivos feministas aseguran que el piropo no puede ser justificado como costumbre cultural ni de ingenio, ya que restringe la movilidad y percepción de seguridad de quienes lo reciben, pues las hace sentir sexualizadas, intimidadas o incluso avergonzadas.
El piropo se invisibiliza como forma de violencia, por lo que puede convertirse en preludio de violencias mayores.
Cifras del observatorio Nacional contra el Feminicidio indican que el 65% de los hombres que acosan verbalmente a las mujeres no creen que su comportamiento sea incorrecto, lo que Subraya que la importancia de la educación de niños y niñas desde temprana edad para evitar la preservación del discurso que normaliza este tipo de agresiones.