Xonacatlan, el reino de los peluches gigantes, guarda un secreto verde entre sus cerros. Al final de un camino donde las casas de adobe se aferran a la ladera, se encuentra San Miguel Mimiapan, un rincón mágico que se transforma en un bosque de Navidad antes de que diciembre despunte.
Llegué a Mimiapan en busca de la esencia navideña más pura. Y la encontré en cada pino que se erguía hacia el cielo, perfumando el aire con su resina. Árboles de todas las formas y tamaños, desde los más pequeños, perfectos para un escritorio, hasta los gigantes, capaces de llenar una sala de estar.
En San Miguel Miniapan, la Navidad se vive de una manera auténtica y sencilla. Los lugareños trabajan duro para cultivar estos hermosos árboles, y su entusiasmo es contagioso.
Al comprar un pino en este lugar, no solo estás adquiriendo un adorno navideño, sino que también estás apoyando a una comunidad que se esfuerza por preservar sus tradiciones.
Con cada fotografía que tomaba, me daba cuenta de que estaba capturando algo más que una simple imagen. Estaba documentando un momento especial, un pedazo de mi alma que se quedó en ese bosque. Y es que, en un mundo cada vez más acelerado, encontrar un lugar como Mimiapan es un verdadero regalo.