Torreón es una ciudad que por muchos años se distinguió por la amplitud y trazo inteligente de sus vialidades, pero de algunas décadas a la fecha la tendencia es a convertirse en una ciudad entre muros, con más de 200 fraccionamientos cerrados, lo que se explica, fundamentalmente, en la percepción de inseguridad entre los ciudadanos.
Así lo señala Gustavo Rodríguez de la Vega, urbanista y coordinador de la carrera de Arquitectura en la UIA Torreón:
"Creo que debemos, primero que nada, exigirles a las autoridades que nos brinden la seguridad, porque si no, suceden estos fraccionamientos cerrados e inclusive zonas industriales cerradas que a la larga generan otro tipo de problemas".
¿A qué problemas hace referencia, el también integrante de la asociación civil Renacer Lagunero? Entre otras cosas a que se favorecen ciudades dispersas y fragmentadas, provocando una mayor segregación socioespacial, vulnerando el libre tránsito de vehículos y personas; además de que es común que con la operación de casetas de vigilancia se violenta la Ley y se obstaculiza el paso de servicios de emergencias.
Al respecto, Juan Adolfo Von Bertrab, director de Obras Públicas y Desarrollo Urbano de Torreón, reconoce que la lejanía de los nuevos desarrollos habitacionales crea un problema al Ayuntamiento para poder dotarles de la necesaria infraestructura urbana y de servicios públicos, además de elevar costos y dificultad.
Como ejemplo de estas complicaciones citó el caso del sector Viñedos, con más de 12 mil lotes y una muy limitada cantidad de vialidades de acceso y salida, por lo que insistió en la necesidad de trabajo transversal de múltiples dependencias para una mejor planeación urbana, en coordinación con las empresas desarrolladoras:
"Si bien es cierto, alguien siempre planea su desarrollo con el máximo beneficio económico y empresarial, también debe tener ciertas consideraciones hacia la ciudad en la que va a convivir su empresa o desarrollo".
Así, mejor planeación urbana, mayor colaboración entre autoridades y una visión empresarial que privilegie a sus compradores y a la ciudadanía sobre la máxima generación de utilidades, podría hacer la diferencia entre una ciudad con auténtica calidad de vida, un ambiente más saludable, mejor convivencia y movilidad.